Oriente Express

No se que fetiche tendré con ellos, pero me encantan.
Viajar a la ida o a la vuelta, a cualquier hora.
En las mañanas de invierno. En las noches de verano. Retornando luego de una cita fallida en la primavera o en esa media estación llamada otoño.

Cada uno con su personalidad, su temperamento, con un personaje histórico que lo respalda:
San Martín, Roca, Sarmiento, Mitre y así puedo seguir…

Nunca entendí muy bien por qué me gustan tanto.
Será que sus paradas están programadas y que no lo detiene un atascamiento de tráfico.
Su concepción para ser excesivamente puntual.
La propulsión realizada por una gran máquina que se encuentra al comienzo de la formación.
La posibilidad de caminar libremente por su interior mientras circula.
Quizás es esa estética que mantiene, a pesar de haber pasado muchos años luego de su creación.

Sus vendedores ambulantes van cambiando, así como sus objetos de venta.
Pero lo que se conserva es la esencia. Saber que en ese tramo de la vía, todo se moverá para la derecha.
Que en ese puente, el ruido es siempre el mismo, manteniendo una velocidad constante.
El apuro por aquellos que viajan hasta el final del recorrido para encontrar un asiento vacío.

Siempre que quiero volver acompañado de nostalgia, saco boleto “Villa del Parque ida”.